¿SABIAS QUE?

 


EL PREGONERO Y EL VERDUGO


El viajero suizo Emmanuel Witz (1717-1797), cuya obra escrita bajo el título de: Combat de Taureaux en Espagne, ilustró en la lámina núm. 4 de dicha obra, una escena en la que aparecen unos personajes casi desconocidos; el pregonero y el verdugo, que tuvieron protagonismo en su época, y era obligada su presencia en las plazas de toros, con objeto de salvaguardar el buen orden. Su labor se denominaba la ronda y el bando, y su trabajo se ejecutaba en la plaza una vez hecho el despejo por los alguaciles, que descabalgaban de sus monturas e iban en busca del verdugo y pregonero que se ubicaban en un habitáculo a la izquierda de la puerta de toriles y, allí, permanecían hasta terminar el festejo.


El pregonero envuelto con capa tradicional, tenía la función de dar lectura a un bando antes de comenzar el festejo. Desplegaba un papel que llevaba en la mano de la manera más visible, y solía leer el siguiente bando: En nombre del Rey, nuestro señor, que Dios guarde muchos años y en su nombre el Alcalde, ordena que: toda persona que origine pendencia o bajara a la arena sin autorización se le darán doscientos latigazos y a tres vueltas a la plaza en asno sentado hacía atrás, con la cara hacia la cola del animal y se le mandará a trabajos forzados y si es reincidente se le mandará a galeras. —¡No se arrojará a la plaza, tendidos, ni otro sitio de ella, perros, gatos, cáscaras de melón, sandía, naranjas, ni hacer uso del pedernal, ni otra cosa alguna! Este pregón lo daba en cuatro puntos diferentes de la plaza, indicando en el último punto: «que certifica, que esta lectura ha sido hecha con voz alta e inteligible, para que no haya medio de alegar luego ignorancia». El verdugo seguía los pasos del pregonero, haciéndose acompañar de un asno que portaba todos los artilugios precisos para ejecutar el mandato y detener a los alborotadores, que por lo regular no se llevaba a efecto, porque solía bajar tal multitud en el último toro que se hacía del todo imposible capturar a nadie.


Según el dibujo de la época, se puede apreciar en el lomo del pollino, grilletes, cadenas, látigos y cuerdas, herramientas disuasorias —pues rara era la vez que detenían a alguna persona— y por delante y a pie iban los alguaciles; de esta forma se ejecutaba la ronda y el bando. La ronda y el bando estuvo vigente hasta el 7 de junio de 1834, que se suprimió, a petición del pregonero y del verdugo (*) , por la mofa de los espectadores y los silbidos y rechiflas que duraban tanto como el pregón, cuyas sanciones y prohibiciones siempre, por lo demás, han sido letra muerta. El público les decía un repertorio de insultos inagotables, además de arrojarles todo tipo de proyectiles, generalmente formados por mondas de naranjas, de patatas, cáscaras de sandía, de melón y hasta gatos muertos. La serie de improperios continuaba, esta vez contra los alguaciles tras recibir la llave para dar salida a los toros, con nuevas muestras de mala voluntad y odio de la «canalla»; y éstos aprovechando su momento de libertad, sentados en los graderíos de la plaza, desahogaban su antipatía, que parecía tomar venganza.

(*) Archivo Histórico Nacional. Sección Consejos. Leg. 11387, n. o 52. L


PD:Publicación original de Antonio Román Romero 




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